Brisas

María Fernanda
3 min readDec 22, 2021

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Quizá es más que un crush. Verte me produce dolor de estómago. El crush es como un accidente en carro y esto es más bien como pasear por ahí en bus o en una barca pequeña. Todo por fuera moviéndose de película y tu quieta observando con ojos atentos de animalito. Las cosas brillan, hace sol y azul verdoso de día despejado bogotano flota encima tuyo, para ti. Pero el mundo de repente se pone denso y te llegan las náuseas. Cuando era pequeña me pasaba en bus o en carro surcando la geografía intensa hasta llegar a donde la abuela. Iba siempre al lado de la ventana, feliz, atragantada de paisaje y todo bien hasta que el cuerpo se me empezaba a ir a otra parte. Abría la ventana y tiraba por fuera cabeza, pecho, cintura, caderas. El viento borraba con su velocidad y volvía el estómago a su sitio. A veces preocupaba a los otros carros que seguro pensaban que me iba a llevar una mula para el mas allá, pero las curvas son las que matan.

Este crush es puro mal de carretera, los ires y venires que no llevan a ningún lado. Los círculos dentro de los círculos. Los sube y baja de la montaña. Y lo que me molesta es que tú seas tan avenida de cuatro carriles: recta, eficaz, certera. El progreso. Ahí donde enfilas la mirada te diriges sin desvíos ni paradas para orinar, o comprar algo de tomar, o bajarse por una mandarina. ¿Por qué no dudas? ¿Por qué no te confundes nunca? En cambio yo tan chueca. El mareo me convierte en zombie caminando por las calles de toda la vida perdida.

¿De qué sirven las direcciones y esos numeritos saltones que le ponen a las esquinas? Diagonal, Bis, Avenida Norte-Quito-Sur. ¿Qué carajo significan? ¿Qué es lo que me quieren decir, por qué me persiguen? Por donde voy ahí están los mugrientos números, burlándose de mí junto con las palomas.

Para que sepan: no soy yo la que aquí ven parada, ni acá, ni en ningún lado. Ando en circulitos hasta que se me pase el soroche interno. Hasta que este mal de montaña se me difumine: vomito o que me lleven las brisas, o la tractomula o cualquier flota, es más, qué importa, que me lleve alguna buseta que vaya al centro. Me sentaría en el puesto de la ventana (a pesar que una vez casi me atracan así) mirando siempre las mismas calles, dos, tres veces, abriendo los cristales y echando el cuerpo por fuera. Sube que baja, baja que sube, en ondas cumbieras, culebreras, total, a la mierda el “progreso” como si la vida fuera línea recta. Prefiero el vaivén de la circunstancia, la montaña sin túnel que la atraviese, Bogotá como ha sido: sin respuestas, sin direcciones que entienda y truculenta al andar.

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